Víctor Hugo y el manifiesto romántico (1827), por Nebai Zavala

 

El Prólogo de Cromwell es el texto que define la posición de la dramaturgia a finales de la segunda mitad del siglo XIX en Francia, ante el conflicto que se venía dando entre neoclasicismo y romanticismo. Lo escribió Victor Hugo frente a la impotencia que sentía de vivir en carne propia la censura aplicada por un grupo de personas que acapararon el teatro de corte, apoyados en la aplicación de las reglas aristotélicas, en las tres unidades que Boileau[1]lustró para reflejo y deleite del Rey Sol (Luis XIV, s. XVII –XVIII). Los monopolizadores se consideraban a si mismos como  eminencias, autoridades en el teatro de la época.

Las salas de las cortes reales eran el escenario para presentar el teatro, ante la aristocracia y la alta burguesía. El teatro era el último resguardo de la aristocracia terrateniente, de ese sector de la sociedad que deseba intensamente el retorno del l’Ancien Régime (Antiguo Régimen) que reinó antes de la revolución de 1789.

Los partidarios de la monarquía borbónica, eran los que manejaban a su antojo las salas de los espectáculos de la cite,donde el público era seleccionado por medio de filtros sociales. Por lo tanto las obras que eran elegidas para subir al escenario debían ser de su agrado. Las reglas neoclásicas no debían ser nunca infringidas; la tragedia ocupaba la cima más elevada.
Existió al mismo tiempo otro tipo de locales situados fuera del perímetro elegante de la ciudad, no ocurría lo mismo que en los teatros de la cité, a éstos acudía un público menos respetuoso de las reglas del neoclasicismo, un público que le importaba poco los modelos arrancados de la historia antigua. Estos lugares estaban situados en los boulevards de París, con el tiempo el  teatro de boulevard fue denominado teatro de consumo o popular. Eran lugares donde se hacía un teatro totalmente anticonvencional.
Así estaba la situación en cuanto a teatro se refiere en la época en que Victor Hugo se decide escribir el prólogo de Cromwell, El teatro de consumo era desprestigiado por los controladores de las convenciones, los poetas (dramaturgos) que escribían dramas que reflejaran al hombre de aquel momento, eran desacreditados. Si estrenaban en los teatros de boulevard estos ansiaban ver sus obras admitidas en los teatros de la cite. Aquellos dramaturgos para no salir perjudicados buscaban un punto medio entre dos polos, muchos trataron de estar –con Dios y con el Diablo– ya que por una parte deseaban seguir complaciendo a su clientela que pagaba para ver obras ávidas de emociones y pocas leyes o normas aristotélicas; por otra parte deseaban mantener buenas relaciones con los dueños de la crítica. Por consiguiente muchos escritores se vieron sujetos a seguir respetando los principios decretados por Boileau.
Ninguno de ellos se reveló y enfrentó de manera decidida la situación reinante como lo hizo Victor Hugo, lo que le costó varios enemigos poderosos que fueron piedra de tranca para que llegase a montar varias de sus obras, muchas veces tuvo que conformarse con la publicación, destinadas a un lector y no a un espectador que es el verdadero receptor del teatro. La libre circulación de sus productos literarios en los escenarios se restringió por la censura aplicada a muchos de estos.
Por otra parte, en Inglaterra y Alemania escribían al margen de los comediógrafos “oficiales” una serie de autores, a un público ya cansado de escuchar cómo los héroes helénicos narraban sus vicisitudes en largos recitados, y salían de la escena para morir dramáticamente a escondidas del espectador. La llegada de publicaciones de estos autores influenció directamente a los poetas franceses que trataban de revelarse contra las imposiciones de los neoclásicos.
Los poetas declarados románticos querían escribir dramas y no podían aceptar en el escenario una cohesión con el neoclasicismo, al autoproclamarse como románticos desechaban de un solo golpe esta poesía que iba en contra de los mismos principios de la estética que ellos habían impuesto.
Victor Hugo para el momento en que decide escribir el manifiesto a manera de prólogo había alcanzado un sólido prestigio en Francia. Era contrario a los partidarios del Ansíen Régime, tenía una clara posición política con bases ideológicas que manifestó a través de su pluma, con su actitud provocó más de un escándalo en los círculos intelectuales de Paris.

EL MANIFIESTO ROMÁNTICO

En el prólogo de Cromwell hace un estudio de la evolución de la  poesía, parte introductoria que lleva al lector paso a paso hasta el último peldaño, donde se encuentra el drama, es la etapa moderna a la que se refiere Victor Hugo, el más alto escalafón que hasta aquel momento había alcanzado la poesía en la época contemporánea.
Para Victor Hugo la poesía tiene tres edades, cada una de las cuales corresponde a una determinado período de la sociedad:
Los tiempos primitivos son líricos y la oda canta la eternidad, los tiempos antiguos son épicos y la epopeya solemniza la historia, los tiempos modernos son dramáticos y el drama pinta la vida. El carácter de la primera poesía es la ingenuidad, el carácter de la segunda es la simplicidad, el carácter de la tercera es la verdad. (...) Los personajes de la oda son colosos: Adán, Caín, Noé; los de la epopeya son gigantes: Aquiles, Atreo, Orestes; los del drama son hombres: Hamlet, Macbeth, Otelo. (...) En fin, esta triple poesía procede de tres grandes fuentes: la Biblia, Homero y Shakespeare.
El drama era la poesía más completa. En el manifiesto coloca a las otras dos anteriores formas de la poesía como unos recipientes llenos de tierra abonada, contenedores del germen; en cambio el drama será la planta que dará el fruto delicioso, ya que las contiene a ambas (la oda y la epopeya) en desarrollo.
Una mezcla de lo grotesco y lo sublime es lo que hace que el drama “...funde en un mismo aliento lo grotesco y lo sublime, lo terrible y lo bufo, la tragedia y la comedia...”
Lo grotesco junto a lo sublime en el drama le da el carácter de realidad. Dos opuestos debatiéndose en un mismo cuerpo, el cuerpo del hombre. Somos ambigüedades que están como dice Victor Hugo, “...bufos y terribles, a veces bufos y terribles al mismo tiempo”. La obra dramática por ende es un reflejo de la vida del hombre: “Pues los hombres de genio, por grandes que sean, llevan siempre en su interior la bestia que parodia con su inteligencia. (...) Este grito de angustia es el resumen del drama y de la vida”.
Lo grotesco es realzado y es visto como una de las supremas bellezas del drama. No era visto como una conveniencia que favorecía al drama, sino como una necesidad del mismo por contenerlo.
Por otra parte está presente en el prólogo de Cromwell una severa crítica a las reglas de las unidades aristotélicas, las cuales Hugo llama “supuestas” y afirma de manera contundente el poder destruirlas con facilidad, ya que las considera falsas, hace la salvedad sobre la unidad de acción, a la que observa como única y verdadera por estar fundamentada. En esta parte del prólogo entra a hablar sin ninguna compasión sobre las faltas cometidas por los neoclásicos al crear un código pseudoaristotélico.
Victor Hugo ataca las inestables bases de “la vieja casucha escolástica” como los llama y pone sobre el tapete su punto débil: La verosimilitud. Las unidades de lugar y tiempo para los neoclásicos están apoyadas en la verosimilitud y es lo real lo que las anula. Conceden gran importancia a la verosimilitud, pero en el escenario no se ven acciones verosímiles que acompañen a las que describe el texto, “en vez de escenas se nos dan narraciones; en vez de cuadros, descripciones.”
El parecido entre el teatro de los griegos y el teatro contemporáneo de aquel momento, es ínfimo según Victor Hugo. Era una época distinta y había una manera diferente de hacer el teatro:
...la extensión del escenario antiguo le permitía abarcar una localidad entera, de suerte que el poeta podía, según las necesidades, transportar la acción su gusto, a un punto cualquiera del teatro, lo cual equivale prácticamente a los cambios de decorados. (...) El teatro griego a pesar de hallarse al servicio de un fin nacional y religioso, es mucho más libre que el nuestro cuyo único objeto es, sin embargo el placer y, si se quiere, la enseñanza del espectador.
Concluye Hugo esta idea diciendo que el teatro de los griegos (llamados clásicos), es artisticoy el teatro que pretende imitarlos (los neoclásicos), es artificial.
En cuanto a la Unidad de Lugar usada por los neoclásicos es plenamente inverosímil. El Lugar al que Victor Hugo se refiere en es un elemento primordial de la realidad: “El lugar donde se ha producido una catástrofe se convierte en uno se sus terribles e inseparables testimonios; y la ausencia  de esta especie de personaje mudo privaría al drama de las más grandes escenas de la Historia”     
La Unidad de Tiempo tampoco es consistente para Victor Hugo, quien pensó en cada acción con un tiempo de duración propia a ésta y un lugar particular: “¡Verter la misma dosis de tiempo en todos los acontecimientos! ¡Aplicar a todos la misma medida! Nos reiríamos de un zapatero que quisiera dar el mismo zapato a todos los pies”
La única que todos aceptan sin problema alguno es la Unidad de Acción, porque proviene de un hecho: “Esta unidad es tan necesaria como inútiles las otras dos. Es ella la que determina el punto de vista del drama; ahora bien, por tal razón excluye a las otras dos.”
Luego de reafirmar su posición frente a las imposiciones de los neoclásicos, Victor Hugo se pregunta y les pregunta cuál es el empeño en imitar: “¿Imitar? ¿El reflejo vale acaso la luz? (...) Y veamos: ¿a quién imitar? ¿A los Antiguos? Acabamos de demostrar que su teatro no coincide con el nuestro.”
Victor Hugo recomienda que se olvide el imitar y llama a  los poetas a crear:
Ha llegado la hora, y sería extraño que en esta época la libertad, al igual que la luz, llegara a todas partes, excepto a lo más ingenuamente libre que hay en el mundo, las cosas del pensamiento. Apliquemos el martillo a las teorías, las poéticas, a los sistemas. ¡Hagamos caer a este viejo enyesado que enmascara la fachada del arte! No hay reglas, ni modelos; o más bien, no hay otras reglas que las leyes generales de la naturaleza, que dominan toda la extensión del arte, y las leyes especiales que, para cada composición resultan de las condiciones de existencia propias a cada tema.
Por un lado Victor Hugo dice “libérense” y por otro dice “acuérdense que hay reglas”. Podemos sentir que la reacción contra las convenciones del neoclasicismo, la brecha encendida por los románticos, se apaga justo en el momento en que se empiezan a establecer normas para que el movimiento vanguardista se solidifique. A nuestro parecer, el romanticismo con el paso del tiempo se institucionaliza, igual que el neoclasicismo. La reacción en contra de la convención genera la acción de construir teorías que sustenten las bases, para que posteriormente se produzca el crecimiento y desarrollo de los movimientos que surgen para renovar lo existente.
Normas que conducen al poeta a estar dentro de los límites de la escritura romántica. La inspiración es condicionada a sustentarse en la Naturaleza de donde se sustrae la “verdad”: “La verdad del arte no será jamás, según ha sido ya por algunos, la realidad absoluta. El arte no puede dar la cosa misma.”
Es importante este reconocimiento de Victor Hugo referente al arte, porque le suprime una fuerza y vitalidad propia al reconocer que es otra cosa diferente a la naturaleza:
“La naturaleza y el arte son dos cosas diferentes, de lo contrario una de ellas no existiría.”
El teatro para él es el “lugar” donde debe reflejarse el hombre, pero este “lugar” debe ser previamente transformado por el arte: “...tocado por la varita mágica del arte.”
Pensamiento que trascendió hasta hoy y que permanece vivo en el artista de nuestros días. Es tan conciente en nuestros tiempos esta afirmación que hace Victor Hugo referente a la gran disimilitud entre arte y Naturaleza, los artistas hoy en día se ven a sí mismos como creadores, constructores de algo distinto a lo creado por la naturaleza, pero que lo contiene a sí mismo, a él como hombre, como ser que también es parte de la Naturaleza.
Volvemos a la visión de Victor Hugo referente a las leyes específicas que favorecerán  a la composición del tema que se desee desarrollar en forma de drama. Hace hincapié en el uso del verso, porque para él es la forma más óptima de pensamiento. Aboga por el verso libre como el estilo ideal para el drama:
Hecho de una determinada manera, comunica su relieve a cosas que, sin él,  parecerían insignificantes y vulgares. Hace más sólido y más fino el tejido del estilo. Es el nudo que detiene el hilo. Es el cinturón que sostiene el vestido y que forma los pliegues. ¿Qué daño, pues, puede causar el verso a la Naturaleza y a la verdad?
Caemos de nuevo en las convenciones, en las restricciones de la libertad, porque aunque Victor Hugo no lo diga en tono de imposición, lo dice claramente, asume una postura que defiende.
No hay verdades absolutas, el arte se asemeja a la vida en el constante devenir, los románticos tuvieron el valor de revelarse contra lo establecido como ley, estaban en contra de las condiciones impuestas y limitantes, estaban descubriendo lo que debía ser escrito en ese momento, su tiempo y época, su contemporaneidad. Luego de ellos surgieron otros movimientos que se revelaron frente a las reglas escritas por estos, y así sucesivamente han aparecido vanguardias tras vanguardias, en el transcurrir del tiempo, a fines del s. XIX y durante el s. XX.
Ahora pasa algo curioso, se viene dando desde las últimas décadas del pasado siglo, y es que no han surgido más vanguardias, o por lo menos no han sido registradas por los teóricos, tal vez por la creencia de que vivimos en una etapa llamada posmoderna donde nada se crea. Esta etapa es curiosa, porque si no crea el artista ¿Qué hace? No estamos regresando al neoclasicismo porque el artista tampoco desea imitar por copiar un modelo cuasi perfecto. El artista hoy se reúne con todas las convenciones acumuladas en la historia moderna, que en su tiempo fueron vanguardias, más las formas clásicas, se alimenta de ellas y se ubica en el mundo que lo circunda, para así poder escribir sobre la realidad que lo toca y que va a reflejar en su obra. La dramaturgia latinoamericana se hace de esta forma, surge de las influencias literarias del pasado para crear formas propias, autóctonas. Podríamos decir que no han cesado las vanguardias, sino que ahora son tantas porque no existe un centro donde se focalice el movimiento renovador. El tiempo ahora no pasa lentamente, todo es más rápido, estamos en red, por ende se vive y crea de manera simultanea.      

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