Sucker, de Carson McCullers


Siempre fue como si yo tuviera una pieza para mí. Sucker dormía en mi cama, conmigo, pero eso no molestaba para nada. El cuarto era mío y yo lo usaba como quería. Me acuerdo que una vez serruché una puerta secreta en el piso. El año pasado, cuando cursaba el penúltimo año de la escuela secundaria, pinché en mi pared una fotos de chicas de las revistas y una de ellas sólo tenía puesta la ropa interior. Mi madre nunca me molestó porque tenía que ocuparse de los más chicos. Y Sucker pensaba que cualquier cosa que yo hiciera era bárbara.

Cada vez que yo traía amigos a mi cuarto me bastaba con echarle una mirada para que él abandonara lo que estaba haciendo y quizás medio me sonriera y salía sin decir una palabra. Nunca trajo otros pibes aquí. Tiene doce años, cuatro menos que yo, y siempre supo, sin necesidad de que yo se lo dijera, que no me gusta que los chicos de esa edad se metan con mis cosas.

La mitad del tiempo solía olvidarme que Sucker no es mi hermano. Es mi primo hermano, pero desde que tengo memoria ha estado con nuestra familia. Sus padres, saben, murieron en un naufragio cuando era un bebé. Para mí y para mis hermanas menores era como un hermano.

Sucker recordaba y creía siempre cada palabra que yo decía. Fue así como recibió su sobrenombre. Una vez, hará un par de años, le dije que si saltaba de arriba del garaje con un paraguas, éste actuaría como un paracaídas y que no caería fuerte. Lo hizo y se reventó la rodilla. No es más que un ejemplo. Y lo divertido era que, a pesar de todas las veces que lo engañaba, me seguía creyendo. No es que fuera tonto en otros sentidos, sino que era su manera de actuar frente a mí. Miraba todo lo que yo hacía y serenamente lo repetía.

Hay algo que he aprendido, pero me hace sentir culpable y es duro darse cuenta. Si una persona lo admira mucho a uno, uno la desprecia y no le importa, pero la persona que no se fija en uno es la que uno puede admirar. Esto no es fácil de entender. Marybelle Watts, esta compañera del último año se portaba como si fuera la Reina de Saba y hasta llegó a humillarme. Sin embargo, en ese mismo momento, yo hubiera hecho cualquier cosa en el mundo para llamarle la atención. No podía pensar en otra cosa, noche y día, que no fuera en Marybelle hasta que me volví casi loco. Cuando Sucker era pibe y después hasta la época en que tuvo doce años creo que lo trataba tan mal como Marybelle a mí.

Ahora que Sucker ha cambiado tanto es difícil recordarlo como era antes. Nunca imaginé que de pronto ocurriría algo que nos hiciera tan diferentes a los dos. Nunca supe que para comprender lo que ocurrió directamente en mi cabeza desearía volver a pensar en él tal como era y comparar y tratar de arreglar las cosas. Si hubiera podido ver el futuro yo habría actuado de otra manera.

Nunca le presté mucha atención o pensé en él y cuando se considera cuánto tiempo tuvimos un cuarto juntos es gracioso las pocas cosas que recuerdo. Solía hablar muchísimo consigo mismo cuando creía que estaba solo, que luchaba con gangsters y que estaba en una estancia en el campo y ese tipo de cosas de chicos. Se metía en el cuarto de baño y se quedaba como una hora y a veces su voz se hacía alta y excitada y se lo oía por toda la casa. Sin embargo, en general, era muy tranquilo. No tenía muchos amigos entre los chicos del barrio y tenía la mirada de un chico que observa el juego de los otros y está esperando que lo inviten a jugar. No le importaba usar las tricotas y los sacos que me quedaban chicas, aún cuando las mangas le quedaban grandes y le hacían aparentar unas muñecas tan blancas y finas como las de una nena. Así lo recuerdo, poniéndose más grande cada año, pero siempre el mismo. Así era Sucker hasta hace unos meses, cuando empezó todo este lío.

Marybelle estuvo un poco mezclada en lo que ocurrió, así que creo que debo empezar por ella. Hasta que la conocí yo no le había dedicado mucho tiempo a las chicas. El otoño pasado se sentó cerca de mí en la clase de Ciencias Generales y allí fue cuando empecé a fijarme en ella. Tiene el pelo del amarillo más brillante que he visto nunca y a veces lo usa peinado en rulos con una especie de cosa pegajosa. Tiene las uñas en punta y cuidadas y pintadas de un rojo brillante. Durante toda la clase solía observar a Marybelle, casi todo el tiempo, excepto cuando pensaba que iba a mirar para mi lado o cuando el profesor me llamaba. Una cosa que no podía era apartar mis ojos de sus manos. Son muy pequeñas y blancas, con excepción de esa cosa roja, y cuando daba vuelta las hojas de su libro, siempre se chupaba el pulgar y adelantaba el meñique y daba vuelta la hoja muy lentamente. Es imposible describir a Marybelle. Todos los chicos están locos por ella, pero ni se fija en mí. En los recreos yo solía pasar muy cerca de ella en el hall, pero casi nunca me sonreía. No me quedaba más que sentarme a mirarla en clase, y a veces era como si todo el salón pudiera oír latir mi corazón y me daban ganas de ponerme a aullar o escaparme y salir corriendo al infierno.

A la noche, en la cama, me imaginaba a Marybelle. A menudo esto me impedía dormirme hasta la una o las dos. A veces Sucker se despertaba y me preguntaba por qué no podía dormir y yo le decía que se callara la boca. Supongo que montones de veces fui malo con él. Supongo que yo quería ignorarlo como Marybelle hacia conmigo. Por la cara de Sucker siempre se podía saber cuando sus sentimientos estaban heridos. Y no recuerdo la cantidad de cosas feas que le dije, porque cuando las decía estaba pensando en Marybelle.

Eso duró casi tres meses y luego, de algún modo, ella empezó a cambiar. Todas las mañanas me hablaba en los pasillos y me copiaba los deberes. Una vez, a la hora del almuerzo, bailé con ella en el gimnasio. Una tarde junté coraje y me llegué hasta su casa con un cartón de cigarrillos. Sabía que fumaba en el sótano de las chicas y a veces fuera de la escuela y no quería llevarle caramelos porque creo que está muy visto. Estuvo muy amable y me pareció que todo iba a cambiar.

Fue esa misma noche cuando, en realidad, comenzó todo este lío. Llegué tarde a mi cuarto y Sucker ya estaba dormido. Me sentía muy feliz y estaba demasiado excitado para ponerme en una posición cómoda y me quedé despierto largo rato pensando en Marybelle. Después soñé con ella y parecía que la besaba. Me sorprendió despertarme y ver que estaba oscuro. Me quedé quieto y pasó un rato antes de que pudiera darme cuenta de dónde estaba. La casa estaba silenciosa y la noche muy oscura.

La voz de Sucker me sobresaltó:

—¿Pete?

No contesté ni me moví.

—Me querés como si yo fuera tu hermano, no es cierto.

No podía sobreponerme a la sorpresa y era como si el verdadero sueño fuera este y no el otro.

—Siempre me has querido como si fuera tu verdadero hermano, o ¿no?

—Por supuesto —dije.

Después me levanté unos minutos. Hacía frío y me alegré de volver a la cama. Sucker se pegó a mi espalda. Era chiquito y tibio y podía sentir su cálida respiración en mi hombro.

—A pesar de todo lo que nacías, siempre supe que me querías.

Yo estaba bien despierto y mis pensamientos parecían extrañamente mezclados. Estaba mi felicidad por lo de Marybelle y todo eso…, pero al mismo tiempo algo en Sucker y en la voz con que decía estas cosas me preocupaba. De todos modos, supongo que uno entiende mejor a la gente cuando es feliz que cuando algo lo preocupa. Era como si en realidad hasta ese momento nunca hubiera pensado en Sucker. Sentí que había sido siempre desconsiderado con él. Una noche, unas pocas semanas atrás, lo escuché llorar en le oscuridad. Me dijo que le había perdido el revólver de juguete a un chico y que tenía miedo de que alguien se enterara. Quería que le dijera qué podía hacer. Yo tenía sueño y traté de hacerlo callar y cuando no quiso callarse le di una patada. Esa era una de las cosas que recuerdo. Me pareció que siempre había sido un chico solitario. Me sentí mal.

Las noches frías y oscuras tienen algo que hace que uno se sienta cerca de la persona con la que está durmiendo. Cuando se conversa con esa persona es como si no hubiera nadie más despierto en la ciudad.

—Sos un pibe fenómeno, Sucker —le dije.

Me parecía de repente que lo quería más que a cualquier otra persona conocida, más que a cualquier otro muchacho, más que a mis hermanos, más, en cierto sentido, que a Marybelle. Me sentía toco bueno, como cuando tocan música triste en las películas. Quería demostrarle cuánto lo apreciaba realmente y hacer que me perdonara por cómo lo había tratado siempre.

Charlamos un buen rato esa noche. Hablaba rápido, como si durante mucho tiempo hubiera estado guardando esas cosas para decírmelas. Mencionó que iba a tratar de construir una canoa y que los chicos de la esquina no lo querían dejar entrar en su equipo de fútbol, y no sé qué otras cosas más. Yo también hablé algo y me hacía sentir muy bien pensar que él se tomaba tan en serio todo lo que yo decía. Hasta hablé un poco de Marybelle, sólo que lo planteé como si fuera ella la que me había estado persiguiendo todo este tiempo. Sucker hizo preguntas sobre el secundario y esas cosas. Estaba excitado y siguió hablando rápido, como si no pudiera decir las palabras a tiempo. Cuando me dormí seguía hablando y yo podía aún sentir su respiración sobre mí hombro, cálida y cercana.

Durante las dos semanas siguientes vi muchísimo a Marybelle. Se portaba como si en realidad yo le importara un poco. La mitad del tiempo me sentía tan bien que no sabía qué hacer conmigo mismo.

Pero no me olvidé de Sucker. Había un montón de cosas viejas guardadas en el cajón de mi escritorio: guantes de box, libros de Tom Swift y un aparejo de pesca de segunda mano. Todo esto se lo di. Tuvimos otras charlas y era, en realidad, como si recién lo estuviera conociendo. Cuando apareció un tajo a lo largo de su mejilla me di cuenta de que había estado paveando con ese equipo de afeitarse nuevo que era mío, pero no le dije nada. Su cara estaba diferente ahora. Solía parecer tímido y como si temiera un golpe en la cabeza. Esa expresión había desaparecido. Su cara, con esos ojos tan abiertas, y las orejas salidas y la boca que nunca estaba cerrada del todo le daban el aspecto de una persona que está sorprendida y esperando algo maravilloso.

Una vez estuve a punto de mostrárselo a Marybelle y contarle que era mi hermano menor. Era una tarde que daban una policial en el cine. Me había ganado un dólar trabajando para papá v le di un cuarto de dólar a Sucker para que se fuera a comprar caramelos v esas cosas. Con el resto invité a Marybelle. Estábamos sentados atrás y lo vi entrar. Apenas le cortaron la entrada y entró en el pasillo empezó a mirar fijamente la pantalla, sin darse cuenta por donde caminaba. Empecé a pellizcar a Marybelle, pero no me resolví del todo a hacerlo. Sucker parecía un poco bobo, caminando así como un borracho, con los ojos pegados a la película.

Se limpiaba los anteojos con el borde da la camisa v era como si los pantalones cortos le flotaran. Siguió caminando hasta que llegó a las primeras filas, allí donde casi siempre van los pibes. Nunca había pellizcado a Marybelle. Pero me puse a pensar que había estado bárbaro llevando a los dos al cine con mi plata.

Me parece que las cosas siguieron más o menos así durante un mes o un mes y medio. Estaba tan contento que no había modo de que me concentrara en nada ni de que pudiera usar mi cabeza para estudiar. Quería ser bueno con todos. De golpe necesitaba hablar con alguien y por lo general el tipo era Sucker. El estaba tan contento como yo.

—Pete, soy tan feliz de saber que sos mi hermano —me dijo una vez—. Más que con cualquier otra cosa en el mundo.

Después pasó algo entre Marybelle y yo. Nunca pude imaginarme qué fue. Las chicas como ella son difíciles de entender. Empezó a ser distinta conmigo. Al principio no lo quería creer y pensaba que eran imaginaciones mías. Era como si ya no la pusiera contenta verme. Casi siempre salía a pasear con el tipo del equipo de fútbol, ese que tiene un coche amarillo. El pelo de ella tenía el mismo color del auto y cuando salía del colegio se volvía con el tipo, riendo y mirándole la cara. Yo no sabía qué hacer y la tenía metida en la cabeza día y. noche. La vez que pude salir con ella estuvo insoportable y me ignoraba completamente. Ahí me di cuenta que algo raro pasaba. . . me daba miedo que mis zapatos hicieran ruido, que se notara cómo me temblaban las piernas o que ella descubriera que me temblaba la voz. No bien Marybelle estaba cerca el cuerpo me ardía, si me ponía la cara rígida y empezaba a llamar a la gente por el apellido y a decir malas palabras. De noche me pasaba las horas tratando de entender por qué hacía esas cosas y al final me caía de sueño, muerto de cansancio.

Cuando todo empezó tenía tanto miedo que me olvidé de Sucker. Después me empezó a molestar. Andaba siempre dando vueltas, esperando que yo volviera del colegio, como si tuviera algo que decirme o quisiera que yo te contara algo. En la clase de trabajos manuales me hizo un cajón para guardar revistas y durante toda una semana no almorzó para poder juntar plata y comprarme tres paquetes de cigarrillos. No le entraba en la cabeza que yo estaba preocupado y que no podía andar perdiendo tiempo con él. Todas las tardes pasaba lo mismo… me esperaba en mi pieza, con esa cara de sufrimiento. Yo no le decía nada o te contestaba mal y al final se iba.

No me acuerdo bien, no puedo decir esto pasó tal día, esto pasó tal otro. Estaba tan confundido que las semanas se me iban sin que yo me diera cuenta. Era como estar en el infierno y no me importaba nada. No había pasado nada definitivo. Marybelle sequía saliendo con el tipo del coche amarillo y algunas veces me sonreía, otras no. Me pasaba las tardes yendo de un lugar a otro, a ver si la encontraba. Cuando ella era amable conmigo yo empezaba a pensar que todo se iba arreglar…, pero a veces se portaba de un modo que, de no haber sido una mujer, la habría ahorcado, me daban ganas de apretar ese cuello tan fino hasta ahogarla. Cuanto más vergüenza me daba hacer el estúpido más andaba corriendo atrás de ella.

Sucker estaba cada vez más nervioso. Me miraba como si me acusara, pero a la vez se daba cuenta de que eso no podía durar. Crecía rápido y vaya uno a saber por qué empezó a ponerse tartamudo. De noche, a veces, le agarraban pesadillas o si no a la mañana se volcaba encima el desayuno. Mamá le compró una botella de aceite de hígado de bacalao.

Después Marybelle y yo terminamos. Una vez iba a la farmacia y la encontré y la invité a salir. Cuando ella me dijo que no, le hice un chiste. Me contestó que la enfermaba que la estuviese siguiendo todo el día y que yo nunca le había importado nada. Me dijo eso. Me quedé parado ahí y no le contesté nada. Me volví a casa caminando despacito.

Me quedé qué sé yo cuántas tardes solo en mi pieza. No quería ir a ninguna parte, no tenía ganas de hablar con nadie. Sucker entraba y me miraba con cara de gracioso y yo le gritaba que se fuera. Trataba de no pensar en Marybelle y me quedaba sentado frente a mi escritorio leyendo Mecánica popular o armando cosas con madera. Me parecía que me la estaba olvidando muy bien a esa chica.

Lo que no se puede aguantar es el dolor que se nos viene encima a la noche. Eso fue lo que agravó todo.

Bastante tiempo después de mi encuentro con Marybelle soñé de nuevo con ella una noche. Era como antes y yo le empecé a apretar fuerte el brazo a Sucker y él se despertó. Entonces me buscó la mano.

—¿Qué te pasa, Pete?

De repente estaba tan enojado que me ahogué… enojado conmigo, con Marybelle, con Sucker y con toda la gente que conocía. Me acordé de todas las veces que Marybelle me había humillado y de todas las porquerías que habían pasado. Durante un instante sentí que nadie me quería, salvo un estúpido como Sucker.

—¿Por qué no somos tan amigos como antes?

—Cállate la boca, imbécil —le dije.

Tiré la ropa de la cama y cuando me levanté prendí la luz. El se sentó en el medio del colchón; abría y cerraba los ojos, muerto de medio.

No sé qué pasó, no me pude controlar. Sólo una vez en la vida uno puede llegar a enojarse así. Empecé a hablar, atropellado, sin saber lo que decía. Recién mucho después pude recordar cada una de las cosas que dije y comprender todo claramente.

¿Por qué no somos amigos? Porque sos el tipo más imbécil que conozco. ¿A quién le importás vos? Te tuve lástima, siempre te tuve lástima, por eso. ¿O te vas a creer que si no iba a hacer algo por un imbécil como vos?

Si yo le hubiera gritado o le hubiera pegado no habría tenido ninguna importancia. Pero le hablé despacio, muy tranquilo. Abrió la boca, como uno a quien le dan un codazo. Estaba pálido y sudaba. Se secaba el sudor con la mano y se quedaba quieto, la mano levantada como si tratara de mantener algo alejado de su cuerpo.

—¿Qué sabés vos? ¿Alguna vez saliste afuera? ¿Por qué no te buscás una novia en vez de estar todo el día dándome vueltas? ¿Qué sos? ¿Una princesa? ¿Eso te crees que sos?

No tenía ni idea de lo que iba a pasar. No me podía controlar, no podía pensar.

Sucker no se movía. Llevaba un pijama mío y su cuello flaco sobresalía. El pelo le caía húmedo sobre la frente.

—¿Por qué me andás siguiendo todo el tiempo? ¿No te das cuenta cuando no quieren verte cerca?

No me puedo acordar el momento en que su cara cambió. La palidez fue desapareciendo lentamente y cerró la boca. Arrugó los ojos y apretó los puños. Nunca había estado así. Era como si hubiera empezado a crecer. Tenía una mirada profunda, endurecida, una mirada rara en un chico de esa edad. Una gota de sudor le resbaló por la cara y no se dio cuenta. Estaba ahí, me miraba con esos ojos, sin hablar, la cabeza rígida, inmóvil.

—¿No te das cuenta cuando no quieren verte cerca? Sos muy imbécil. Como tu nombre. Un imbécil. Un sucker.

Era como si algo me molestara adentro. Apagué la luz y acomodé una silla cerca de la ventana. Me temblaban las piernas y estaba tan cansado que podía haberme vuelto loco. La pieza estaba fría y oscura. Me senté ahí un rato y fumé uno de los cigarrillos que me había guardado. Afuera el jardín estaba oscuro y silencioso. Después de un rato escuché que Sucker se acostaba.

Se me había ido el enojo, estaba cansado. Me pareció horrible haberle dicho esas cosas a un chico que sólo tenía doce años. No podía dejar de pensar. Me decidí a ir y hablarle y pedirle disculpas. Pero seguí sentado ahí, muerto de frío, un buen rato. Me puse a planear cómo iba a hablarle a la mañana siguiente. Después me volví a la cama, tratando de que el elástico no hiciera ruido.

Cuando me levanté al otro día Sucker se había ido. Y después, cuando traté de pedirle disculpas como había pensado, él me miró con esa mirada seria y no me animé.

Todo eso pasó hace unos tres meses. Desde entonces Sucker creció más rápido que ningún otro chico que yo haya visto. Está casi tan alto como yo y su cuerpo es robusto y pesado. Ya no se pone mi ropa usada y se compró el primer par de pantalones largos… los sostiene con unos tiradores de cuero. Esos sólo son los cambios que se pueden ver y describir.

Nuestra pieza ya no es mía. Se trajo un grupo de amigos y tienen un club. Cuando no se la pasan cavando trincheras en los baldíos se vienen a mi pieza. En nuestra puerta hay algunas estupideces escritas con pintura fosforescente del tipo de: Fuera los intrusos, firmadas con dos tibias cruzadas y sus nombres secretos. Instalaron una radio y se pasan la tarde aturdiendo con una música infernal. Una vez yo iba a entrar y escuché a uno de los pibes contar en voz baja lo que su hermano más grande estaba haciendo en el asiento de atrás de su auto. Lo que no alcancé a oír lo puedo adivinar. “Eso hacen ella y mi hermano. Es la verdad… con el auto estacionado.” Sucker lo miró un momento, sorprendido, y después su cara volvió a ser la de siempre. Estaba serio y distante. “¿Y de qué te asombrás, idiota?”, dijo. “Qué novedad. ¿Quién no sabe eso?” No se había dado cuenta de que yo estaba ahí. En seguida empezó a contar que durante años había planeado irse a Alaska y convertirse en un cazador.

De todos modos, Sucker está solo la mayor parte del tiempo. Lo peor es cuando nos quedamos solos en la pieza. Se tira en la cama con esos pantalones de corderoy y los tiradores y me mira con esos ojos duros, medio irónico. Yo empiezo a revolver mi escritorio y no me puedo quedar quieto por culpa de esa mirada. Y lo grave es que tengo que ponerme a estudiar porque en este cuatrimestre tengo tres aplazos. Si me bochan en inglés ya no me puedo recibir el año que viene. No quiero ser un vago y quiero usar mi cabeza. No me interesa Marybelle ni ninguna otra chica en especial. El único problema que tengo es lo que pasa con Sucker. No hablamos nunca, a no ser que haya algún otro de la familia. Ya no la quiero llamar Sucker. A no ser que cuando me olvido lo llamo por su nombre verdadera, Richard. A la noche, cuando él está en mi pieza, no puedo estudiar y me voy a perder el tiempo y a fumar, cerca de la farmacia, con los muchachos que andan vagando por ahí.

En realidad lo que yo quiero es ordenarme las ideas. Extraño la forma divertida en que nos tratábamos antes. Es triste. Nunca hubiera creído que íbamos a llegar a esto. Ahora todo es tan distinto, me parece imposible que pueda encontrar algo para que él y yo volvamos a ser amigos. A veces pienso que una buena pelea nos ayudaría. Pero no puedo pelear con él porque tiene cuatro años menos. Y hay otra cosa: algunas veces, esa mirada que hay en los ojos de Sucker me hace pensar que, si él pudiera, me mataría.

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